Los vivos durmientes
Para
mi salida de campo decidí visitar La Clínica Jorge Piñeros Corpas esperando
encontrar aquello una de esas situaciones de las que siempre se suele escuchar
de dolor humano a las que difícilmente puede acceder y te ves obligado a
quedarte con la verdad que otro te presenta.
La
clínica, edificio blanco ubicado justo al lado de la estación de la calle 106,
pasa desapercibida, no refleja su interior en el cual muchas vidas se extinguen
y asimismo se abren paso a otras.
Llegué
a las 7:00 am, lo que para mí era el inicio del día para otros era el final,
médicos saliendo de sus turnos, enfermos que pasaron toda la noche esperando
ser atendidos y acompañantes cabizbajos que reflejan la angustia del dolor de
sus seres queridos. Pronto ingrese a la
clínica noté que a pesar de que estuviera entrando sol por las ventanas se
sentía el frio que envuelve la muerte y el dolor. Una mujer de pelo rojo y
totalmente vestido de negro apareció por la puerta urgencias y me permitió el
ingreso. Subimos al segundo piso, tuvimos que pasar por varias habitaciones
donde había pacientes recuperándose y otros por el contrario perdiendo la vida,
fue extraño que aunque todas esas situaciones eran ajenas a mí, al ir pasado
por ese corredor de una manera indescifrable yo podía percibir el debate entre
la vida y la muerte. Al fondo, pasando
dos puertas más estaba mi destino: La Unidad de Cuidados Intensivos.
Me
exigieron lavarme muy bien las manos y ponerme un gorro de tela azul, solo las
mujeres lo usaban, pero luego noté la razón, todos los hombres allí presentes
eran calvos. Había un olor fuerte que me hizo recordar una calle de mi ciudad
natal donde solo venden pescado, solo que en esta ocasión además de ser profundo estaba mezclado con
avinagrado, le pregunté a una de las enfermeras presentes allí a qué olía y
ella de una manera fría, susurrando me respondió “a seres vivos en
descomposición”.
El Doctor Juan Gaviria, jefe de esta sección,
entre sus dos manos cogió la mía y besándola dijo “bienvenida” me contó que allí se encontraban los pacientes
conectados a los ventiladores médicos, que “logran mover el aire hacia dentro y
hacia fuera de sus pulmones”, permitiéndoles seguir respirando sumidos en un
sueño profundo así pasan horas, días, semanas esperando despertar.
En la pared de la entrada observé un tablero
donde se encontraban los nombres de cada uno de los pacientes, el número de su
cubículo, su número de cédula y su fecha de ingreso. En esa sección había
únicamente 9 cubículos, cada uno de ellos con dos máquinas a cada lado de la
cama, más o menos con 1,65 metros de altura, de una de ellas colgaba una bolsa
con el nombre de Nutridose, la cual
está conectada a los tubos y permite ingresarles nutrientes a las personas, la
otra es la que le proporciona el aire a los pacientes, que por cierto, produce
un constante ruido similar al de un secador de cabello descompuesto.
Había dos enfermeros totalmente vestidos de
blanco, que uno a uno iban revisando a los pacientes y para mi sorpresa noté
que al acercarse a ellos los saludaban por su nombre y les decían “Buenos días,
¿cómo se encuentra hoy mi señor? Vamos a hacerle su aseo”, aun sabiendo que no
obtendrían respuesta alguna. Uno de
ellos llamado, Jonathan comentaba a uno de sus pacientes que ya por fin había
logrado terminar de pagar una deuda que
tenía, al parecer se desahoga con ellos, seguramente porque jamás lo van a
juzgar ni a reprochar por nada,
simplemente están ahí acostados escuchándolo, si es que es así, porque
finalmente nadie lo sabe.
Me acerqué a detallar los pacientes y pude
observar como la piel de su boca se agrieta por los lados y sus dientes se
desboronan, esto como consecuencia del tubo que mantienen en su boca y del
oxígeno que pasa por él. Me detuve especialmente en el cubículo 523, allí se encontraba Benjamín
Serrano un paciente que para sorpresa de todos despertó después de haber durado
3 meses conectado a la máquina, “cuando llegó en la ambulancia dije que ese
hombre no iba a durar más de un día, ni siquiera 4 horas más”, cuenta Marcela
Sanchez, médica especialista.
Benjamín
Serrano de 53 años, en diciembre del año pasado, en la ciudad de Yopal recibió
tres impactos de arma de fuego, uno en el muslo derecho, otro en el brazo
derecho pero no presentó ni lesiones óseas ni vasculares, pero último fue en el
abdomen, en su parte izquierda, el cual lo atravesó y afectó en su totalidad,
estuvo en dos hospitales en la ciudad de Yopal y en uno de ellos en la herida
del abdomen desarrolló un bacteria que le generó un hueco total en su
intestino y tuvo que ser remitido a Bogotá por la falta
de equipos para su cuidado. Después de unos días de su llegada a la clínica
presentó una falla respiratoria originada por la bacteria que había iniciado en
su abdomen y en unos segundos ya estaba conectado a unos tubos que le permitían
seguir viviendo. Benjamín duró alrededor de 3 meses antes de volver a
despertar, durante este tiempo su cuerpo permaneció postrado en una cama sin
movimiento alguno, lo que produjo que su piel se empezará a descomponer
formando un hueco en la parte baja de su espalda, produciendo olor nauseabundo.
Cuando entré a conocerlo estaba recostado de medio lado, en posición fetal y
agarrado con mucha fuerza con sus dos manos de un lado de la cama, tenía una
mirada de miedo, de incertidumbre, tal vez preguntándose si era necesario
seguir viviendo o por qué se había despertado cuando se sentía y olía a muerto.
Cuando pregunté si podía acercarme a hablarle
me dijeron que no había problema pero que era una persona muy difícil y por
demás grosero. “Cuando se le dice que tenemos que hacer terapias no se deja,
toca siempre a las malas”, dice Jonathan enfermero encargado. Me acerqué a unos centímetros de su cama y me
presenté, pero ni siquiera subió la mirada, le empecé a contar de mí, de dónde
era, la universidad, mi carrera sin obtener respuesta alguna. Ya me estaba
retirando cuando se escuchó con un tono de voz forzado: “A dónde va señorita me
gusta escuchar su voz, me recuerda a mi hija”, voltee de inmediato y no pude
evitar sonreír, me senté de nuevo a su lado, seguí contándole más de mi vida,
el seguía ahí, sin pronunciar ni una sola palabra, pero ahora sí tenía la
mirada puesta en mí. La mayoría de la información acerca de su vida la obtuve
por parte del equipo médico, ya que él no quiso comentar nada sobre esto. Me
contaron que el padre de Benjamín había fallecido de cáncer y que él vivía con
su pareja y dos hijos en Yopal, “los disparos según él habían sido ocasionados
por un robo pero la mayoría del hospital creemos que tiene que ver con
narcotraficantes”, me dijo Juan Camilo Hernández, médico general.
La
familia de Benjamín vive en Yopal, esto hace que sus visitas sean poco
frecuentes y su soledad más constante. En una de esas esporádicas visitas
cometieron un grave error… Benjamín a causa de su mejoría ya había sido
trasladado de La Unidad de Cuidados Intensivos a Sala de Recuperación y el
hermano queriendo complacerlo y sin saber, ni medir el daño que causaría le
ingresó un paquete de papas Todo Rico.
Benjamín no puede comer ningún tipo de alimento si no es transmitido de manera
especial y a causa de las papas el hueco de su intestino empeoró y tuvo que
volver a su cubículo 523.
La realidad es propia e individual, estoy segura que si conmigo y con igual fin entrara otra persona y realizará de manera paralela igual recorrido en tiempo y lugar la narración de lo que tuvimos oportunidad de ver estaría distante de la mía, cada uno deja entrever en su escrito la forma de recibir para sí la información y de acuerdo al canal al cual pertenecemos presentamos la realidad destacando lo visual, el sentimiento o lo auditivo. Mi narración está, impregnada por el sentimiento y lo visual, no me es fácil apartarme de la miseria a la cual se enfrentan los seres humanos en los fríos, blancos y solitarios cubículos donde son ubicados por no decir hacinados al padecer una enfermedad, los olores identifican la degradación del hombre, pero sin duda lo de mayor impacto es el abatimiento, soledad y dolor que reflejan sus rostros.
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