domingo, 8 de abril de 2018

Salida de Campo


Los vivos durmientes
Para mi salida de campo decidí visitar La Clínica Jorge Piñeros Corpas esperando encontrar aquello una de esas situaciones de las que siempre se suele escuchar de dolor humano a las que difícilmente puede acceder y te ves obligado a quedarte con la verdad que otro te presenta.
La clínica, edificio blanco ubicado justo al lado de la estación de la calle 106, pasa desapercibida, no refleja su interior en el cual muchas vidas se extinguen y asimismo se abren paso a otras.
Llegué a las 7:00 am, lo que para mí era el inicio del día para otros era el final, médicos saliendo de sus turnos, enfermos que pasaron toda la noche esperando ser atendidos y acompañantes cabizbajos que reflejan la angustia del dolor de sus seres queridos.  Pronto ingrese a la clínica noté que a pesar de que estuviera entrando sol por las ventanas se sentía el frio que envuelve la muerte y el dolor. Una mujer de pelo rojo y totalmente vestido de negro apareció por la puerta urgencias y me permitió el ingreso. Subimos al segundo piso, tuvimos que pasar por varias habitaciones donde había pacientes recuperándose y otros por el contrario perdiendo la vida, fue extraño que aunque todas esas situaciones eran ajenas a mí, al ir pasado por ese corredor de una manera indescifrable yo podía percibir el debate entre la vida y la muerte.  Al fondo, pasando dos puertas más estaba mi destino: La Unidad de Cuidados Intensivos.
Me exigieron lavarme muy bien las manos y ponerme un gorro de tela azul, solo las mujeres lo usaban, pero luego noté la razón, todos los hombres allí presentes eran calvos. Había un olor fuerte que me hizo recordar una calle de mi ciudad natal donde solo venden pescado, solo que en esta ocasión  además de ser profundo estaba mezclado con avinagrado, le pregunté a una de las enfermeras presentes allí a qué olía y ella de una manera fría, susurrando me respondió “a seres vivos en descomposición”.
 El Doctor Juan Gaviria, jefe de esta sección, entre sus dos manos cogió la mía y besándola dijo “bienvenida” me  contó que allí se encontraban los pacientes conectados a los ventiladores médicos, que “logran mover el aire hacia dentro y hacia fuera de sus pulmones”, permitiéndoles seguir respirando sumidos en un sueño profundo así pasan horas, días, semanas esperando despertar.
 En la pared de la entrada observé un tablero donde se encontraban los nombres de cada uno de los pacientes, el número de su cubículo, su número de cédula y su fecha de ingreso. En esa sección había únicamente 9 cubículos, cada uno de ellos con dos máquinas a cada lado de la cama, más o menos con 1,65 metros de altura, de una de ellas colgaba una bolsa con el nombre de Nutridose, la cual está conectada a los tubos y permite ingresarles nutrientes a las personas, la otra es la que le proporciona el aire a los pacientes, que por cierto, produce un constante ruido similar al de un secador de cabello descompuesto.

 Había dos enfermeros totalmente vestidos de blanco, que uno a uno iban revisando a los pacientes y para mi sorpresa noté que al acercarse a ellos los saludaban por su nombre y les decían “Buenos días, ¿cómo se encuentra hoy mi señor? Vamos a hacerle su aseo”, aun sabiendo que no obtendrían respuesta alguna.  Uno de ellos llamado, Jonathan comentaba a uno de sus pacientes que ya por fin había logrado terminar de pagar  una deuda que tenía, al parecer se desahoga con ellos, seguramente porque jamás lo van a juzgar ni a reprochar por  nada, simplemente están ahí acostados escuchándolo, si es que es así, porque finalmente nadie lo sabe.
 Me acerqué a detallar los pacientes y pude observar como la piel de su boca se agrieta por los lados y sus dientes se desboronan, esto como consecuencia del tubo que mantienen en su boca y del oxígeno que pasa por él. Me detuve especialmente en el cubículo 523, allí se encontraba Benjamín Serrano un paciente que para sorpresa de todos despertó después de haber durado 3 meses conectado a la máquina, “cuando llegó en la ambulancia dije que ese hombre no iba a durar más de un día, ni siquiera 4 horas más”, cuenta Marcela Sanchez, médica especialista.
Benjamín Serrano de 53 años, en diciembre del año pasado, en la ciudad de Yopal recibió tres impactos de arma de fuego, uno en el muslo derecho, otro en el brazo derecho pero no presentó ni lesiones óseas ni vasculares, pero último fue en el abdomen, en su parte izquierda, el cual lo atravesó y afectó en su totalidad, estuvo en dos hospitales en la ciudad de Yopal y en uno de ellos en la herida del abdomen desarrolló un bacteria que le generó un hueco total en su intestino  y  tuvo que ser remitido a Bogotá por la falta de equipos para su cuidado. Después de unos días de su llegada a la clínica presentó una falla respiratoria originada por la bacteria que había iniciado en su abdomen y en unos segundos ya estaba conectado a unos tubos que le permitían seguir viviendo. Benjamín duró alrededor de 3 meses antes de volver a despertar, durante este tiempo su cuerpo permaneció postrado en una cama sin movimiento alguno, lo que produjo que su piel se empezará a descomponer formando un hueco en la parte baja de su espalda, produciendo olor nauseabundo. Cuando entré a conocerlo estaba recostado de medio lado, en posición fetal y agarrado con mucha fuerza con sus dos manos de un lado de la cama, tenía una mirada de miedo, de incertidumbre, tal vez preguntándose si era necesario seguir viviendo o por qué se había despertado cuando se sentía y olía a muerto.
 Cuando pregunté si podía acercarme a hablarle me dijeron que no había problema pero que era una persona muy difícil y por demás grosero. “Cuando se le dice que tenemos que hacer terapias no se deja, toca siempre a las malas”, dice Jonathan enfermero encargado.  Me acerqué a unos centímetros de su cama y me presenté, pero ni siquiera subió la mirada, le empecé a contar de mí, de dónde era, la universidad, mi carrera sin obtener respuesta alguna. Ya me estaba retirando cuando se escuchó con un tono de voz forzado: “A dónde va señorita me gusta escuchar su voz, me recuerda a mi hija”, voltee de inmediato y no pude evitar sonreír, me senté de nuevo a su lado, seguí contándole más de mi vida, el seguía ahí, sin pronunciar ni una sola palabra, pero ahora sí tenía la mirada puesta en mí. La mayoría de la información acerca de su vida la obtuve por parte del equipo médico, ya que él no quiso comentar nada sobre esto. Me contaron que el padre de Benjamín había fallecido de cáncer y que él vivía con su pareja y dos hijos en Yopal, “los disparos según él habían sido ocasionados por un robo pero la mayoría del hospital creemos que tiene que ver con narcotraficantes”, me dijo Juan Camilo Hernández, médico general.
La familia de Benjamín vive en Yopal, esto hace que sus visitas sean poco frecuentes y su soledad más constante. En una de esas esporádicas visitas cometieron un grave error… Benjamín a causa de su mejoría ya había sido trasladado de La Unidad de Cuidados Intensivos a Sala de Recuperación y el hermano queriendo complacerlo y sin saber, ni medir el daño que causaría le ingresó un paquete de papas Todo Rico. Benjamín no puede comer ningún tipo de alimento si no es transmitido de manera especial y a causa de las papas el hueco de su intestino empeoró y tuvo que volver a su cubículo 523.

 La realidad es propia e individual, estoy segura que si conmigo y con igual fin entrara otra persona y realizará de manera paralela igual recorrido en tiempo y lugar la narración de lo que tuvimos oportunidad de ver estaría distante de la mía, cada uno deja entrever en su escrito la forma de recibir para sí la información y de acuerdo al canal al cual pertenecemos presentamos la realidad destacando lo visual, el sentimiento o lo auditivo. Mi narración está, impregnada por el sentimiento y lo visual, no me es fácil apartarme de la miseria a la cual se enfrentan los seres humanos en los fríos, blancos y solitarios cubículos donde son ubicados por no decir hacinados al padecer una enfermedad, los olores identifican la degradación del hombre, pero sin duda lo de mayor impacto es el abatimiento, soledad y dolor que reflejan sus rostros.  

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